Puede que la clave esté en preguntarte «¿Y a mí, cómo me educaron?»

Cuando comencé mi proceso de Terapia Gestalt en Madrid, me di cuenta de que el estilo de crianza requiere un trabajo emocional propio, ya que la forma en que hemos sido educadas/os de niñas/os por nuestros progenitores, tutoras/es o familiares, marca, no sólo nuestra infancia, sino también cómo se desarrolla nuestra madurez.

El COVID, ese tipo al que nadie aguanta y que, sin saber cómo, consigue acoplarse a todos los planes, ha impuesto un toque de queda interno que, hasta a las personas más caseras, está empezando a hacérseles bola. Por eso, ahora que el buen tiempo ha vuelto a Madrid tras el paso helado de Filomena y un telón de lluvia constante, parques y terrazas parecen haber florecido de nuevo.

Hacer deporte al aire libre me está ayudando mucho en estos días a activar mi cuerpo y descargar las tensiones que tanta exposición a las pantallas me genera, y también, me ha dado la oportunidad de reconectarme con el mundo y darme cuenta de cómo las personas coincidimos o divergimos en aspectos tan claves como la crianza.

Observando cómo las personas pasean y enseñan a sus mascotas a base de premios, he recordado cómo hasta hace muy poco el golpe de periódico era la única manera de instruir a los perros, o lo que en Psicología se llama refuerzo negativo (cuando el comportarse bien evita o retira un posible castigo) frente al refuerzo positivo (cuando la conducta conlleva la obtención de un premio).

Este proceso de aprendizaje se da también cuando somos niñas/os y las personas responsables de nuestra crianza no reconocen nuestros esfuerzos o resultados o son en exceso benevolentes o triunfalistas.
Los primeros, graban a fuego en nuestra mente mensajes como “nunca es suficiente” “no me habré esforzado lo que debería”. Aprendemos que no habrá refuerzo positivo a nuestra conducta, y anticipamos consecuencias negativas de manera generalizada a todo lo que nos ocurre. 
Los segundos crean personas que esperan que todo les salga bien siempre, y que, por consiguiente, desarrollan una bajísima tolerancia a la frustración.

Que puedas volver atrás en el tiempo es poco probable (a menos que te hagas con un Delorean adaptado a la normativa de Madrid Central), al igual que tampoco parece realista pensar que puedas cambiar de manera radical a tu madre o tu padre.

Pero lo que sí está en tu mano es realizar un trabajo emocional con esa niña o ese niño que fuiste, para aprender nuevas formas de reconocerte, premiarte y gestionarte, de manera equilibrada, y romper de una vez, con los patrones insanos que tanto daño te hacen hoy como persona adulta.