El mundo está lleno de psicólogos/as, médicos/as, ginecólogos/as, obstetras y matronas que creen que por haberse sacado una carrera universitaria son más inteligentes que tú. Si te cruzas con alguna de estas personas, por favor: sal corriendo en dirección opuesta y recuerda: si algo tiene claro una profesional de la Terapia Feminista es que lo último que quiere es parecerse a ellas. Porque, me jugaría un brazo a que te suena alguna de estas situaciones:
- “Cada vez que voy a la consulta del médico me trata como si fuera una niña o tonta”.
- “En mi última sesión con la psicóloga, salí con la sensación de que ella ya había sacado sus propias conclusiones a cerca de lo que me pasaba y que no estaba interesada en escuchar lo que yo pudiera contarle”.
- “Cuando le expliqué al ginecólogo lo que sentía en mi cuerpo tuve la impresión de que no me estaba creyendo”.
Demasiadas veces las mujeres nos sentimos incómodas ante los y las profesionales de la salud: recibimos lecciones paternalistas sobre cómo deberíamos comportarnos, se juzga nuestra manera de vivir o de relacionarnos, e incluso se violentan nuestros cuerpos al no cumplir con nuestro derecho al consentimiento informado, ya que, según la legislación, siempre deberíamos recibir una información lo más completa posible en relación a cualquier actuación que afecte a nuestra salud, ya sean, por ejemplo, los pros, contras o alternativas de un posible tratamiento o intervención.
Además, lo que es más alarmante, estas prácticas siguen dándose y justificándose aún hoy en ámbitos dedicados exclusivamente a la salud de las mujeres como la ginecología, la obstetricia o el trabajo de las matronas (te animo a investigar sobre la violencia obstétrica), sin que desde las instituciones públicas se haga apenas nada.
Si estás buscando un espacio y un enfoque diferente, la Terapia Feminista es el ejemplo de que sí es posible hacer las cosas de manera distinta, poniendo el foco en el buen trato a nuestra salud física y emocional en vez de tener que aguantar charletas de cuñado y a profesionales de la vieja escuela cuya única respuesta a nuestro malestar es que no tenemos ni idea y que somos unas exageradas.