«El amor no debería costarte la pena», palabrita de Terapeuta Feminista

Caer o tener patrones tóxicos en nuestras relaciones es más común de lo que pensamos y responde a las lógicas perversas del «Amor Romántico», un tipo que de primeras te hace gracia, ¡te cae superbien!, y que sin saber cómo ni cuando, te acaba rayando hasta tal punto que dejas de fiarte de él. Una buena noticia: la Terapia Feminista puede ayudarte a romper con estas relaciones a través de la toma de conciencia y el trabajo emocional.

Hace cinco años publicaba «Pobres Nostálgicos» en Pikara Magazine, para mí la revista feminista con mayor calidad, compromiso y sororidad. Quise hacer un ejercicio público de honestidad, y así como invito a las personas a las que acompaño a dejar a un lado la culpa y colocar a cada uno de los peones en su lugar, me hice responsable de lo mío, entendiendo también que en el (des)amor no todo vale.

Si tras leer el texto te identificas con alguna de las posiciones, quizá éste sea un buen momento para comenzar un proceso de Terapia Feminista,  para aprender a través de la Terapia Gestalt, que es posible relacionarse amorosa o eróticamente desde un lugar de horizontalidad y respeto, y lo que es más importante: te lo mereces.

Marta Mediano

Acaban de decirme que mi trabajo pende de un hilo. Mi móvil vibra: mensaje de WhatsApp, número desconocido. No me pregunten cómo ni por qué, pero me saltan todas las alarmas. Rápidamente busco las dos últimas cifras de ese +34 , lo único que recuerdo de él: 69. ¿Cuánto hace que me dejó? Por suerte ya ni me acuerdo. ¿Siete? ¿Ocho años? Ah, sí, sí, en aquella cafetería en Santa Engracia. Era invierno. Quizá noviembre. Habíamos sufrido ya varias idas y venidas y nuestra relación agonizaba por (mi) agotamiento. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida. Nunca podré agradecértelo lo suficiente. ¡Menos mal que me plantaste, tío!

A la ruptura definitiva le sobrevino «lo normal»: llamadas borracho cada sábado noche a las dos de la mañana. Interrupción del sueño. Mis lágrimas. Llamadas a las seis de la mañana un martes. Interrupción del sueño. Mis lágrimas. Llamadas en la madrugada del 30 de enero. Interrupción del sueño. Mis lágrimas y un lamento: «¿por qué me haces esto? ¡Mañana es mi cumpleaños!». Hasta que un día fui capaz de tomar la decisión y enfrentarlo: bloqueé sus llamadas entrantes y entonces sí, mi vida pudo continuar, y también mi sueño.

No es que no lo haya querido citar, es que la memoria es muy traicionera y un poco culpable sí me siento. En estas idas y venidas, habíamos estado más de un año sin vernos. Un mensaje suyo «con nocturnidad y alevosía» (palabras textuales de uno de sus mensajes) había provocado nuestra primera reconciliación, y esa extraña sensación con regusto bueno de «fíjate tú, te ha estado queriendo en silencio todo este tiempo» (¡Error!).

Finalmente todo parece acabado, pero, no. Mi equipo gana la Liga. ¡Mensaje! Uno de los cantantes favoritos de nuestra época saca disco. ¡Mensaje! Él encuentra trabajo. ¡Mensaje! Y así, todo tipo de acontecimientos superfluos que una pueda imaginarse, sirven de excusa para que él me escriba y vete tú a saber qué cosa.

Mi terapeuta, ya con otro tipo del mismo calibre me había puesto en sobre aviso: «ni se te ocurra contestarle, busca eso, el maltratador siempre lo hace». Resumiendo, y a la baja, pongamos seis años de silencio absoluto, rotundo y claro por mi parte, ante sus, digamos, «reflexiones a vuela pluma». Silencio, hasta que hoy, me ha hinchado -por última vez- las narices.

«Pepito El de los Palotes ha sacado nuevo disco. Mi canción favorita es La Casa de Heidi. Te la recomiendo».

¿Perdona? ¿En cuál de tus mundos de Yupi te he nombrado yo redactor de la Rolling Stone? ¿En serio te crees que tu puñetera opinión me interesa?

Sí, he sido soez. En un primer momento he pensado en no contestarle. Luego he caído en que las últimas seis veces eso no funcionó y he comenzado a contraargumentarle en un documento de Word. Me he ido calentado. Me he venido arriba y me he dicho: ¡a la mierda! Se acabó bajar la cabeza.

Obviamente le he escrito de todo menos bonito y he hecho hincapié en algo que a mí me parece fundamental para mi bienestar personal: que me olvide, que se entere de que es un puñetero maltratador y de que no quiero saber nada, pero absolutamente nada, de él. Su respuesta, muy previsible, se resumen en estas cuatro ideas: 

Deleznable, frivolizar, exagerada, (y mi favorita:) “me he puesto nostálgico, ¿ qué le voy a hacer?”.

Ahora en serio, ¿a alguien se le ocurre que cinco años después de haberte echado de malas maneras de un trabajo, tu jefe se ponga nostálgico un día y te escriba un email recordando lo bien que le hacías las fotocopias a doble cara? En serio, ¿has pensado alguna vez en escribir de manera periódica a tu ex, chico, chica o ser extraordinario caído del cielo, después de una relación tormentosa, de que se haya despedido de ti de manera digital y análoga, y sobre todo, cuando te ha demostrado con creces que pasa de tu culo como de comer arena?

Claro, el tipo se ha sentido súper ofendido y me ha venido a decir que como una vez me metí en su perfil de Linkedin y he visitado su Twitter, ahora no puedo soltarle rollos de que no quiera conocer su opinión sobre la situación actual de los Balcanes, de hecho, me ha dado una serie de tips para poder visitar sus perfiles en modo incógnito (¿?). Y es que de eso se trata: si una vez “permitiste” que él se impusiera sobre ti, estás condenada in perpetuum a a tener que aguantar su ego, a saber de esa persona aunque no quieras, a soportarlo en silencio si es que no te rindes antes y acabas fingiendo ser su “amiga”; en definitiva, estás condenada -como ya lo estuviste una vez-, a dejar de lado todo el daño, a ser complaciente y aceptar como única alternativa la imposibilidad de réplica, porque ten en cuenta, si lo haces, si por tu parte hay respuesta, habrás exagerado, habrás atacado a un pobre desvalido que te escribió de “buen rollo” o “para tomar un inocente café”, porque quizá ayer fue jueves y recordó vuestros paseos por el Reina Sofía o aquella noche en que hicisteis el amor en la Gran Vía, o lo que es lo mismo –recuerda- que él será siempre un pobre nostálgico y tú una histérica.