Como profesional de la Terapia Feminista he escuchado miles de veces como diferentes personas me/se confiesan que sienten que si dejan de disculparse constantemente por quienes son o por las decisiones que toman, esto las convierte automáticamente en alguien egoísta o desconsiderado.
Este sentimiento de culpa, desde el enfoque de la Terapia Feminista, es una herramienta de control tremendamente efectiva. Especialmente a las mujeres se nos enseña desde pequeñas que «hay que ser buenas», que «no debemos hacer ruido» o que «tenemos que agradar a las personas que nos rodean». Así, cuando desafiamos estos mandatos, la culpa aparece rápidamente para recordarnos que nos estamos saliendo del camino que nos marcaron.
Familiares, parejas, amistades de toda la vida o incluso la sociedad en general pueden alimentar esta culpa con frases como «es que siempre has sido así», «nadie te aguanta» o «deberías ser más agradecida». Sin embargo, y gracias al trabajo emocional de la Terapia Feminista, pronto nos damos cuenta de que la culpa que sentimos no nos pertenece. Nos han hecho creer que si nos priorizamos estamos fallando a los demás, cuando en realidad estamos eligiéndonos a nosotras mismas.
Por eso, si decides alejarte de ambientes tóxicos, poner límites o simplemente dejar de dar explicaciones por lo que eres y lo que quieres, no te creas una mala persona. Piensa que si lo has hecho conscientemente es porque es necesario para tu bienestar. La culpa puede ser un reflejo de que estás rompiendo con patrones impuestos, y eso, aunque duele al principio, es un acto de valentía.