Cada 8 de marzo, millones de mujeres de todo el mundo salimos a las calles, levantamos nuestras voces y reclamamos un mundo más justo, y tal y como expresa la Terapia Feminista: más allá de la lucha política, la participación en estas acciones también tiene un impacto psicológico profundo y transformador porque estar juntas no sólo nos fortalece, también nos sana.
Desde tiempos inmemoriales el patriarcado tiene una habilidad terrible para hacernos creer que los problemas que vivimos son individuales: la culpa de un abuso, la precariedad laboral, el cansancio de sostenerlo todo. Cuando marchamos juntas el 8M, esa ilusión se desmorona. Ver a tantas otras mujeres con historias similares nos permite identificar que lo que nos sucede no es una mala suerte personal, sino una realidad estructural. En un mundo que nos educa en la competitividad y el individualismo, la lucha feminista nos enseña que otra forma de estar es posible: desde el apoyo mutuo.
Sentir que formamos parte de una red de apoyo es fundamental para nuestra salud mental desde el enfoque de la Terapia Feminista. La seguridad emocional que nos da el saber que hay otras personas con quienes contar refuerza nuestra autoestima y reduce la ansiedad que muchas veces sentimos en soledad, y el sentimiento de impotencia que genera enfrentarse a las injusticias se alivia cuando te das cuenta de que no estás sola en ese deseo de transformación. Participar además en estos espacios refuerza la idea de que tu voz importa, que tu experiencia tiene valor y que, juntas, somos capaces de mover lo que parecía imposible.
Porque el 8M no es solo un día. Es un recordatorio de que no estamos solas, de que merecemos vidas dignas y de que, mientras caminamos juntas, el cambio no solo es posible: ya está sucediendo.