Últimamente me fijo mucho en las personas de mi entorno que acaban de jubilarse. La mayoría de ellas reconocen que hacía mucho tiempo que no se sentían de tan buen humor y que por fin son libres para decidir qué hacer con su tiempo. Me pregunto si realmente hubo un match entre ellas y su puesto de trabajo, es decir, ¿se dedicaban realmente a lo que querían o sólo aguantaban? Y, ¿qué habría ocurrido si hubieran tenido la oportunidad de preguntárselo a través de un proceso de asesoramiento laboral integral que facilitara además un trabajo emocional?
Con una vida laboral media de 45 años a jornada completa, pasamos unos 4.380 días de nuestra vida en el trabajo. A ello, debemos sumar todo el trabajo no remunerado que realizamos en casa, como limpiar, cocinar, hacer la compra, cuidar a personas dependientes, etc., el que, a pesar de estar infravalorado a nivel social, agota muchas de nuestras reservas de energía y tiempo, y por supuesto, nuestras cabezas.
Las personas solemos autoengañarnos y negar el trabajo emocional que nos supone el acudir a nuestro trabajo. No es extraño que en nuestro equipo de trabajo o con nuestros superiores, surjan conflictos o situaciones ambiguas que nos generan sufrimiento o malestar. Al fin y al cabo, muchas veces pasamos más tiempo con nuestras/os compañeras/os de trabajo que con nuestras propias familias.
En otras ocasiones, sentimos que hemos perdido las ganas de ir a trabajar, por ya más que conocido, no despierta en nosotras/os ningún reto, y todos los días consisten en resolver la misma operación: 1+1=2.
Iniciar un proceso de asesoramiento laboral integral va más allá de la búsqueda de un nuevo centro de trabajo – ya que muchas veces no tenemos muy claro que queramos iniciar por ese camino-, se trata de preguntarte en qué quieres invertir tu tiempo y conocimiento, y reenamorarte de tu profesión o romper con ella, del mismo modo en que se deja a una pareja con la que sigues ya más por inercia que por amor.