En mi espacio de Terapia Feminista, muchas mujeres llegan dolidas o confundidas, preguntándose por qué en un entorno laboral lleno de otras mujeres, no logran encontrar apoyo ni cuidado mutuo. Mujeres que sienten la soledad de tener conciencia feminista en espacios donde prima la competencia, la comparación, el “cada una a lo suyo”. Esto no ocurre porque seamos peores entre nosotras, sino porque el contexto laboral capitalista está diseñado para enfrentarnos: bonus individuales, evaluaciones comparativas, diferencias salariales, objetivos que nos colocan en carrera permanente.
El resultado es que las mujeres, como todas las personas en situaciones parecidas, acabamos priorizando la supervivencia individual. No es porque no nos importe la otra, sino porque el entorno nos hace elegir: o cuidas de ti y compites o te quedas fuera.
Una de los aspectos más dolorosas y que es necesario trabajar desde el enfoque de la Terapia Feminista, es el duelo de la “feminista consciente”. Esa mujer que mira a su alrededor y piensa: “¿Cómo es posible que, entre nosotras, no logremos cuidarnos? ¿Cómo puede ser que estemos reproduciendo los mismos gestos competitivos que criticamos en los hombres?”. El trabajo emocional en este caso reside en entender que no somos nosotras las fallidas, sino el sistema que no nos que no nos deja espacio para lo colectivo.
La Terapia Feminista nos recuerda que la sororidad no es un ideal mágico: es una práctica concreta, situada, que a veces falla. Y cuando falla, no significa que tengamos que rendirnos, sino que necesitamos más que nunca recordar para qué luchamos.
Si alguna vez te has sentido sola en un entorno laboral lleno de mujeres, no eres la única con ese sentimiento. No es que estés equivocada por querer más cuidado ni por desear otra manera de trabajar, estás viendo las grietas de un sistema que todavía nos enfrenta. Nombrarlo y permitirte sentir la rabia, el enfado o la tristeza, es el primer paso para imaginar algo distinto.