No todos los cuerpos «saben parir» y está bien

Como profesional de la Terapia Feminista escucho con frecuencia un dolor del que se habla poco: el de aquellas mujeres cuyo parto no fue como lo habían imaginado o deseado. Mujeres que soñaban con un parto respetado, íntimo y fisiológico, y que, en cambio, terminaron en una cesárea de urgencia, en una inducción medicalizada, o con fórceps o ventosa como recurso imprescindible para salvar la vida de su criatura.

El trabajo emocional con estas mujeres refleja algo importantísimo: muchas veces la herida no está en el cuerpo, sino en la vivencia. La mayoría de ellas expresan una mezcla de alivio y culpa: alivio porque todo salió “bien” (en términos médicos) y culpa porque sienten que no supieron parir, que fallaron en algo que se supone que deben saber hacer, que es natural.

En los últimos años, la reivindicación del parto respetado y fisiológico ha sido fundamental para cuestionar prácticas medicalizadas innecesarias y violentas, y recuperar la autonomía de las mujeres en este momento vital. Sin embargo, como ocurre tantas veces, este discurso bienintencionado se ha convertido en un en mandato opresivo para muchas mujeres.

Frases como “mi cuerpo sabe parir y mi hijo sabe nacer” pueden sonar empoderadoras en ciertos contextos, pero en otros funcionan como cuchillos invisibles. Porque, ¿qué ocurre cuando ese cuerpo necesita ayuda externa? ¿Qué siente una mujer cuando la vida de su hija/o depende de una cesárea? La lectura implícita es devastadora: que no supo parir, que algo falló en ella, que su maternidad empezó con un error.

Existe una romantización del parto fisiológico que a veces genera la sensación de que sólo quienes logran parir de forma “natural” son las auténticas madres, las que han hecho las cosas “bien”, y esa es una idea profundamente injusta.

En la Terapia Feminista, parir no es un examen, no hay notas, ni aprobados, ni suspensos. Cada parto es distinto y cada cuerpo responde de una manera. Lo importante nunca es cumplir con un ideal, sino proteger la vida y el bienestar de la madre y de la criatura.

No tener el parto que deseas puede vivirse como un duelo. Un duelo complejo porque suele estar silenciado: “No te quejes, lo importante es que el bebé está bien”. Esa frase, que pretende consolar, borra la vivencia de la mujer y deja a muchas con la sensación de que no tienen derecho a sentirse tristes, enfadadas o decepcionadas. Pero sí tienes derecho, porque el parto no es sólo un trámite médico,  es una experiencia vital que te marca profundamente, y cuando no ocurre como esperabas, la herida emocional necesita ser reconocida y acompañada.

El acompañamiento psicológico desde el enfoque de la Terapia Feminista puede ayudarte a resignificar la experiencia, a liberarte de la culpa y devolverte la certeza de que lo hiciste bien porque la cesárea, la inducción o el fórceps no son fracasos, sino herramientas médicas que en muchos casos salvaron tu vida o la de tu pequeño/a.

La maternidad no empieza ni acaba en la manera de parir. No hay un sello de autenticidad para las madres que lo hacen sin epidural o sin intervención. La maternidad auténtica está en cada noche sin dormir, en cada mirada que calma, en cada decisión que busca el bien de la criatura. Recordar esto, decirlo en voz alta y trabajarlo en espacios como el de la Terapia Feminista, es una manera de sanar esas heridas invisibles que dejan los partos no deseados. Porque todas las madres, independientemente de cómo fue su parto, hicieron lo más importante: estuvieron ahí. Y eso siempre es suficiente.