¿Por qué nos cuesta tanto descansar (sin culpa)?

A estas alturas del año mi espacio de Terapia Feminista se llena de personas con una sensación de agotamiento profundo, y que, curiosamente, al ser preguntadas por su descanso, responden encogiéndose de hombros: no saben si se lo merecen, no saben cómo hacerlo o no se lo permiten.

Muchas de estas personas, en su mayoría mujeres, riegan este cansancio con culpa: culpables por estar cansadas, culpables por no poder con todo, culpables por no hacer “lo suficiente”, culpables por no ser capaces de no sentirse cansadas/os, y esto se debe a que como niñas y niños aprendieron que su valía estaba en lo que daban (ayuda, atención, cuidado o esfuerzo). Se les premiaba por ser responsables, estar disponibles o mostrarse siempre amables, y hoy como adultas/os no saben cómo escapar de esa rueda de búsqueda de amor y reconocimiento a través del hacer por y/o para otros. Porque, ¿alguna vez has visto que alguien fuera premiado/a por descansar?

El trabajo emocional desde el enfoque de la Terapia Feminista permite reconocer en nosotras/os mismas/os cómo la cultura patriarcal y productivista nos ha hecho creer que el descanso es un lujo o, peor, una pérdida de tiempo. Te invito a poner atención incluso a discursos aparentemente amables sobre el autocuidado, observando cómo nos cuelan la lógica del rendimiento. He aquí un ejemplo: “descansa para rendir mejor después”.

Muchas mujeres llegan a la Terapia Feminista sintiéndose mal por cosas tan sencillas como dormir una siesta, cancelar un plan o no querer hacer nada un domingo. El cuerpo les da señales (fatiga, insomnio, dolor físico o irritabilidad) pero sus mentes no paran de martillearles con “aguanta un poco más”, “si te organizas, puedes con todo”. Esta desconexión entre cuerpo y mente es el resultado de una educación que nos ha enseñado a posponer nuestras necesidades, a cuidar antes que cuidarnos, y por supuesto, su coste es alto.

En el caso de los hombres que inician un trabajo emocional desde la Terapia Feminista, quienes sufren más esta imposibilidad de parar son aquellos que han sido educados para medir su valor en productividad, éxito o control. El descanso, para muchos de ellos, también activa el miedo al fracaso, a la debilidad, a “no ser suficiente”. Mientras que, para las mujeres, la culpa es por no cuidar, en el caso de los hombres, es por no rendir o no ser fuertes.

Como profesional de la Terapia Feminista entiendo que el autocuidado pasa también por poder decir “no”, cancelar compromisos, dormir, desconectar, y, sobre todo, sin pedir perdón. Para mí, descansar no puede ser un premio, tiene que ser un derecho cotidiano, un gesto fundamental en un sistema que nos quiere exhaustas pero productivas, disponibles, pero no demandantes, en movimiento, pero sin poder pararnos a sentir. La Terapia Feminista te invita a mirar el descanso con ternura, para que deje de ser una amenaza, para que puedas preguntarte con honestidad: ¿Qué pasa si hoy no hago nada?, ¿A quién siento que estoy fallando?, ¿De quién es esa voz que me exige seguir?

Porque descansar no es rendirse. Descansar es, muchas veces, empezar a vivir desde otro lugar.